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21/7/16

El Giro de Italia - Dino Buzzati

Os dejo con dos fragmentos de la novela de Buzzati:
Qué dolor cruzar como una flecha el corazón de Italia desde Roma a Pésaro y no poder detenerse. Es esta la Italia más Italia, donde el recuerdo de mil grandes hechos acude a la mente hasta de quien no tiene más que los estudios básicos. Incluso a quien nunca ha ido al colegio y no lleva en sí nada de cuanto aconteció en siglos pasados, al analfabeto, le dice algo esta tierra extraordinariamente humana. Y, a menos que uno sea un salvaje, desearía poder quedarse, echarse al menos a la sombra de un árbol a oír la música de los pájaros y observar las nubes que navegan felices sobre...
Nada en el mundo es tan antitético de la velocidad como este paisaje solemne, el ritmo de cuya respiración se mide en siglos.
La gente gritaba: "¡Viva Coppi!", pero quería decir otra cosa; gritaba: "¡Viva Bartali!", pero se refería a algo que no era Bartali. "¡Vivan los giristas, viva Cottur, viva Leoni!", gritaban, y, cada vez que lo hacían, los triestinos se referían a otra cosa, algo más grande y más sufrido que se habían acostumbrado a encerrar en su interior pero que hoy, por fin,...
Casualmente, justo la noche anterior hablábamos con un colega de patriotismo, de nación, de unidad europea, etcétera. Nuestro colega decía que el concepto de patria está superado; afirmaba sentirse mucho más que un simple italiano, se sentía ciudadano de Europa -decía-, es más, del mundo, como Garry Davis. Entonces yo le preguntaba si, por ejemplo, le dolía o no cuando Italia sufría un agravio. Y él sacudía la cabeza: le dolía por igual -decía- que cualquier nación sufriera una injusticia, ya fuera Italia o Suecia, Inglaterra o incluso Persia. Se había desembarazado -sostenía- del patriotismo a la antigua usanza como si fuera un peso mezquino; a cambio había abrazado un nuevo patriotismo, mucho más noble, que abarcaba a la humanidad entera. Un hombre superior, cabe convenir. Pero hoy mientras pasábamos por Trieste, me he fijado bien en él. Su coche iba justo detrás del nuestro, así que no lo perdía de vista. Ah, ciudadano del mundo, filósofo liberado al margen de las ingenuas antiguallas de la humanidad. Sus labios se contraían de una manera curiosa nunca vista hasta entonces. En contra de su costumbre, llevaba los ojos tapados con unas grandes gafas negras. El ciudadano del mundo no quería que nadie lo viera por vergüenza. Lloraba, les juro que lloraba.

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