Pues bien, sucede que, sobrenaturalmente, sé la verdad sobre la más disputada de las causas y el más antiguo de los procesos: Dios existe. Yo me lo encontré.
Me lo encontré fortuitamente -diría que por casualidad si el azar cupiese en esta especie de aventura-, con el asombro de paseante que, al doblar una calle de París, viese, en vez de la plaza o la encrucijada habituales, una mar inesperada que batiese los pies de los edificios y se extendiese ante él hasta el infinito.
Fue un momento de estupor que dura todavía. Nunca me he acostumbrado a la existencia de Dios.
En este mes, me ha dado por la literatura pia, aquí dejo otro título: El poder oculto de la amabilidad de Lawrence G. Lovasik.
La amabilidad lo suaviza todo. Hace florecer las aptitudes vitales y las llena de su fragancia... un libro útil y necesario sobre el trato con los demás.
Y por último un tercer clásico más: Arsène Lipin: Caballero Ladrón de Maurice Leblanc. Motivado por la serie de Netflix decidí pegarle un ojo a este título de la literatura juvenil... efectivamente, un género y un público que quizá ya no me corresponde.
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