Es el mural más codiciado de Manhattan. Calle Houston, esquina con Bowery. En el corazón iconoclasta del East Village. Donde Keith Haring puso a bailar a sus monigotes y donde Shepard Fairey dejó su impronta hace unos meses. Arte efímero a golpe de aerosol. Firmado por Kenny Scharf.
Apenas cinco días ha tardado en completar su mural el legendario artista 'pop', compañero de fatigas de Haring y Basquiat en los años ochenta, cuando el graffiti se convirtió en la sospechosa seña de identidad de NY.
“Quisimos romper las barreras entre el arte 'elitista' y el arte 'bajo'”, recuerda Scharf. “Las paredes se convirtieron en nuestro lienzo y logramos cambiar la percepción. El arte es para todos y debe crear emociones en la calle”.
Scharf, nacido en 1958 en Hollywood y criado entre dibujos animados, supo fijar su imaginería en las calles del East Village, posiblemente las más “bombardeadas” de Manhattan (después de los vagones del metro). “Había que crear algo con suficiente poder visual para llamar la atención, en medio de aquella explosión de colores y garabatos..."
Haring encontró el filón en la simpleza y la elocuencia de sus intransferibles monigote. Scharf evolucionó hacia un estilo hiperbólico, deudor de los dibujos animados y del cómic, y así ha seguido durante más de treinta años. Saltó a la fama mundial por las carátulas de los B-52 y por la sala “bombardeada” del legendario Tunnel. De ahí pasó a las paredes del Museo Whitney y a decenas de exposiciones, siempre caballo entre el sol californiano y las penumbras del East Vilage.
“Hacía tiempo que no le daba con tanta fruición al aerosol”, ha reconocido esta misma semana Scharf, después de rematar la faena ante los ojos atónitos de cientos de neoyorquinos, que sonríen inevitablemente ante las piezas del descalabrado “puzzle” callejero. “Creo que la responsabilidad última del artista es ésa: hacer pensar y trasladar el proceso creativo a la vida ordinaria, para intensificar nuestra experiencia”.
El mural sin título, auspiciado por la Galería Hole, está blindado contra las rigurosas leyes “anti-graffiti” de la era Giuliani. Su visión servirá sin duda para calentar el largo invierno neoyorquino y recordar de un fogonazo aquellos tiempos, cuando Haring y Scharf “bombardeaban” los cierres metálicos y el eco de los Ramones resonaba entre la carcoma del difunto CBGB.
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