Tengo la suerte de poder ir caminando a trabajar. Siempre que puedo, desde hace dos años, voy andando a primera hora, en torno a las 7, 45 de la mañana. Durante todo este tiempo, me he cruzado con muchas personas. Entre ellas, un varón de sesenta años o así.
Ni él ni yo vamos acompañados por la mañana, ni hablamos por teléfono ni montamos en bicicleta. Quizá por eso empezamos reconociéndonos tímidamente en nuestro camino. Más tarde levantábamos la barbilla en señal de saludo.
Ese gesto dio paso a mover una ceja, luego a una leve sonrisa y finalmente a un “hola” u “hola buenos días”. Siempre acompañado por una sonrisa.
Muchas veces había fantaseado con la profesión de esta persona y pensaba si él haría lo mismo conmigo.
Hoy no solo nos hemos saludado sino que me ha hecho un gesto para que parase a hablar con él. Así que me he hecho a la idea de que iba a ser él quién me acribillase a preguntas o que me iba a decir en lo que trabajaba.
No. solo me ha parado para decirme que se jubila, que lo voy a ver mucho menos. Y me ha dado las gracias por sonreírle cada mañana.
He seguido mi camino pensando que lo echaré de menos. Ya no me preocuparé por él cuando no nos encontremos, no elucubraré sobre si se ha puesto enfermo. No me preocuparé(…)
No será lo mismo. Me faltará algo cada mañana. Tengo que encontrar otra víctima de mis saludos y mis sonrisas (…)
Lo copio de un
blog amigo. Me gustó porque muchos tenemos experiencias parecidas. Todos los datos que tengo son estos: Carta al director del Semanal. Escrita por María Laguna.