- Es el horror de la guerra lo que provoca estas reacciones. ¿Crees tú que del otro lado no hay gentes de bien, conservadoras y católicas, a las que están convirtiendo en revolucionarias los asesinatos de los falangistas?
El comunista le miró receloso. ¿Todavía un fascista emboscado? ¡Bah!, un pobre diablo sin conciencia revolucionaria, concluyó. Para ir a morir al frente servía, sin embargo. Le pusieron en una mano un plato de comida y en la otra un fusil.
Daniel, convertido en miliciano de la revolución, luchó como los buenos.
Y murió batiéndose heroicamente por una causa que no era la suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese.
Una voz ancestral, un anhelo de revancha insatisfecho durante muchas generaciones, florecía de nuevo y, empujados por aquellas remotas ambiciones de la raza, los guerreros árabes y bereberes se tiraban a pecho descubierto contra las trincheras de los rojos y parecían dichosos. Por el solo hecho de tener al alcance de sus fusiles a los europeos, a los infieles, a los dominadores del Islam, valía la pena arriesgar la vida.
"Mi fe, cada día más firme -escribía- me aparta más y más de los que en nombre de Dios cometen tales crímenes y me aproxima a los desgraciados que ignorantes de Él y aún blasfemando Su Santo Nombre son víctima de esta horrible guerra...".
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