En uno de mis paseos londinenses recalé por primera vez en el museo del retrato. Un coñazo en general...
Hasta que llegué a los siglos XIX-XX. Quizá iba con un poco de prisa... volveré e intentaré disfrutar también del retrato del siglo XVI, no se si lo lograré.
Hasta que llegué a los siglos XIX-XX. Quizá iba con un poco de prisa... volveré e intentaré disfrutar también del retrato del siglo XVI, no se si lo lograré.
Eso sí, esta última época de nuestra historia; época convulsa, de incesante cambio (menudo topicazo) y a la vez cercana (en lo cronológico) mereció mi interés. Logró parar mi paseo dando lugar a la contemplación.
Hay veces que te paras ante un cuadro, desconoces al autor, pero te paras. Eso lo llamo yo descubrimiento.
Pienso que es importante descubrir, dejarse sorprender, ver los cuadros sin prejuicios, sin mirar el cartelito… y si te gusta ya está. No decir, uhmm, mira que autor tan interesante, es un buen cuadro… efectivamente.
No.
No.
Lo lógico sería, tu vas paseando y dices uhmm que cuadro tan interesante, lo observas, te acercas y ya al final contrastas el autor. Pienso que ese es el modo correcto de mirar.
Pues bien, hubo un par de cuadros que me llamaron la atención. Luego comprobaría, oh casualidad, que eran del mismo autor. Un tal Pietro Annigoni, desconocido hasta entonces y actual compañero de mi memoria.
Me recordó la corporeidad de Miguel Ángel, un retrato clásico, enérgico, profundo... no me dejó indiferente.
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