Si no existiera un género llamado novela nostálgica con Un árbol crece en Brooklyn habría que acuñarlo.
Quizá la nostalgia sea un rasgo común del recuerdo de tiempos pasados, de la añoranza de la infancia que deja ese regusto melancólico. Estamos ante una novela doméstica, costumbrista, una novela hecha de recuerdos y memorias, de luchas y penurias... y a pesar de los pesares, de esperanza.
Porque con esperanza se sobrellevan todo tipo de contrariedades. Y he ahí la grandeza de la vida esperanzada.
Un árbol crece en Brooklyn narra la infancia y adolescencia de una niña, Francie.
Una historia común en la Nueva York de principios del siglo XIX. La historia transcurre en Brooklyn, un barrio obrero de gente humilde que lucha por salir adelante con dignidad. Mención especial merece Katie, la madre de Francie, protagonista en la sombra de esta historia. Verdadera Mulier Fortis que dignifica todo lo que hace. Como dice Don Lockwood en Cantando bajo la lluvia. Dignity, always dignity!
Quizá la nostalgia sea un rasgo común del recuerdo de tiempos pasados, de la añoranza de la infancia que deja ese regusto melancólico. Estamos ante una novela doméstica, costumbrista, una novela hecha de recuerdos y memorias, de luchas y penurias... y a pesar de los pesares, de esperanza.
Porque con esperanza se sobrellevan todo tipo de contrariedades. Y he ahí la grandeza de la vida esperanzada.
Un árbol crece en Brooklyn narra la infancia y adolescencia de una niña, Francie.
Una historia común en la Nueva York de principios del siglo XIX. La historia transcurre en Brooklyn, un barrio obrero de gente humilde que lucha por salir adelante con dignidad. Mención especial merece Katie, la madre de Francie, protagonista en la sombra de esta historia. Verdadera Mulier Fortis que dignifica todo lo que hace. Como dice Don Lockwood en Cantando bajo la lluvia. Dignity, always dignity!
I.
Francie corrió a esconderse en el sótano y permaneció en la oscuridad largo rato, hasta que la oleada de sufrimiento pasó. Fue la primera de las muchas desilusiones que recibió y que aumentarían a medida que creciera en ella su capacidad de sentir.
II.
-¿El señor se siente solo?
Él la contempló un momento antes de contestarle con mucha amabilidad:
-No hermana.
-¿Seguro? -Insistió ella sutilmente.
-Seguro -replicó Johnny, muy tranquilo.
Ella siguió su camino. Francie volvió corriendo hacia su padre y le tomó la mano.
-¿Era una mujer mala, papá? - preguntó perturbada.
-No.
-Pero parecía mala.
-Hay poca gente mala, en cambio, hay mucha gente desafortunada.
-Pero iba toda pintada, papá, y...
-Es una mujer que debe haber conocido días mejores. -Le gustó la frase-. Sí, debe haber conocido días mejores.
III.
-Y ahora largaos de aquí con el árbol. ¡Bastardos, piojosos!
Francie había oído palabrotas desde el primer día que escuchó palabras. Las obscenidades y juramentos profanos no tenían significado entre aquella gente, eran expresiones emotivas de gente de vocabulario reducidísimo, eran como una especie de dialecto. Las frases podían tener distintos significados según la expresión empleada al decirlas. Por eso, cuando Francie oyó que los trataba de bastardos y piojosos, sólo sonrió temblorosa por la bondad del buen hombre. Era como si les hubiera dicho: "Hasta la vista. Que Dios os bendiga".
IV.
Se propuso fijar ese momento en su vida exactamente como era ese instante. Quizá así podría retenerlo como algo palpitante en vez de permitir que se convirtiera en un simple recuerdo.
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